lunes, 15 de marzo de 2010

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(M i x _ 1)

E N T E R

Con un sólo dedo podía cambiar
el curso de sus días, aún porvenir;
pensó en las invisibles, infinitas gráficas
que aquel breve aleteo de su índice
dibujaría entre él y los demás, o tal vez nada:

“Sin nacimiento ni desembocadura, yo podría
reconducir el inmenso caudal de este río hasta mi lengua;
sin duda, desviaría la ciega mirada del tornado
al iris de mis propios ojos”.*

Durante ese instante eterno se recreó
en no vivir, desechándolo todo,
antes de pulsar el botón de sí mismo:

“Nunca sabré lo que (no) he vivido”.






*Ah, dulce haz de la imaginación.

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